Texto y fotos: Julie Sopetrán
Desde la primera vez que entré en los cementerios mexicanos, hace ya muchos años, me llamó poderosamente la atención ver a los niños en los cementerios arreglando las tumbas junto a sus padres y familia, preparando las flores, participando de los quehaceres y preparativos para la celebración de Día de Muertos. Me di cuenta, que desde muy niños, asimilan esa realidad de la muerte y en el panteón, observan, ríen, juegan respetuosamente, encienden velas, transportan flores, se acurrucan junto a las tumbas, llevan sus golosinas, miran, siguen los pasos de sus familias, son parte muy activa de lo que hacen los mayores y así maman en el cementerio las creencias.
Madre amamantando a su hijo en el cementerio.
Desde muy niños están informados del proceso de vivir y morir. En México no se evita la presencia de la muerte y los niños no sólo ven morir a sus seres queridos, también participan en los velatorios, y en el recuerdo que cada año se le dedica al familiar, amigo, vecino que se fue para siempre, y ese recuerdo se hace más patente en esta celebración de Día y Noche de Muertos.
No ocurre lo mismo en nuestro país, en España, el día primero de Noviembre no se ve a un niño en el cementerio, tampoco en un entierro o en un velatorio, a los niños se les aísla ante el acto de la muerte, no se les cuenta o se les habla con naturalidad del tema, no se les hace entender que nacemos y morimos, y el pequeño lo va aprendiendo con los años, con la propia experiencia y, ese desconsuelo aterrador con el que va cubriendo a solas y muy íntimamente ese proceso.
Mi experiencia en México, me ha hecho ver lo importante que es para el niño estar activo en el duelo, hacerle participar en lo esencial, en lo natural que es la muerte. Es muy necesario quitarles el miedo, el terror, la incertidumbre, la mentira con que adornamos la muerte a muchos niños. Y sería muy necesario llevarles a las ceremonias funerarias, darles, enseñarles esa oportunidad de expresar sus propios sentimientos. Los niños son muy creativos y ante la muerte saben reaccionar incluso mejor que los mayores.
Niños adornando la tumba
En México se habla con los niños de la muerte, del abuelito que se fue, del hermanito que murió, y se le enseña a velarlo, a ser él mismo ante la ausencia y ante la creencia de saber que una vez al año, por lo menos, el muertito va a volver a casa, y todos lo van a recibir. Así se le da valor a los objetos que utilizó el difunto, a los gustos que tenía en vida. Resucita familiarmente el ser que fue, lo que nos dejó en el recuerdo espiritual y físicamente. Y para ello se hará un caminito de pétalos de flores doradas, para que cuando venga a visitarnos el espíritu de fulanito y menganito, sepa el camino a seguir y que no se vaya a perder, y entre todos se hará un altar en la casa, y se le pondrá la foto más linda y la comida que más le gustaba, y el juguete con el que jugaba, y si el que murió fue el abuelo, pues su tequilita y su garrote o herramienta de trabajo habrá que desempolvarla... Y se le recordará tal como era en vida, con alegría y sin miedo alguno. Nunca, nunca al niño se le debe ocultar nada que lo traumatice.
¿Pero, se ríen los mexicanos de la muerte? Yo creo que no. Los mexicanos como los españoles, como muchos otros pueblos, temen de igual modo a la muerte, lloran, sienten, extrañan a sus seres queridos... Al pueblo mexicano lo que le pasa es que es muy fiel a sus tradiciones y a su religión, tradiciones antiguas y religiones mezcladas.
Ya los antiguos mexicanos, hace miles de años, seguían sus mitos a través de ritos mortuorios, ellos creían que al morir se viajaba al Mictlán, que era el lugar de los muertos y de la eternidad y cuando uno moría se convertía automáticamente en dios...
Ya los antiguos mexicanos, hace miles de años, seguían sus mitos a través de ritos mortuorios, ellos creían que al morir se viajaba al Mictlán, que era el lugar de los muertos y de la eternidad y cuando uno moría se convertía automáticamente en dios...
Luego, el cristianismo, les trajo la vida eterna. Así su entrega a la oración también es auténtica y los niños van siguiendo esos pasos ancestrales y modernos de los mayores, lo hacen con respeto, con amor y espontaneidad y con una naturalidad que en otros lugares no sería común.
Sin su sonrisa, la muerte sería muy seria
A mi me llamó mucho la atención ese colorido, esa maravillosa composición de flores en el cementerio, colores de papel picado morado, naranja, colgado de un extremo a otro con motivos de la muerte, comiendo, bebiendo, trabajando... Ese humor mexicano que se hace arte en el papel, o ese adorno multicolor sobre la tierra, sólo quiere decir amor, porque México está lleno de flores y es la estación del cempasúchil color oro puro y es un estallido de sensaciones alegres, de velas encendidas, de incienso o copal, de jarras o vasos con agua para saciar la sed en el camino del muerto que regresa a casa, las fotografías de los difuntos, la gente en armonía con sus creencias, pero en el fondo fondo, el mexicano está velando a sus muertos desde su fe ancestral y cristiana.
¿Es un festejo? No sé si podría llamarlo así, para el turista que se acerca al cementerio, tal vez lo es, porque en sus países de origen es distinto o tal vez no existe ese culto a la muerte. Pero para el mexicano, el primero de noviembre lleva muy dentro el dolor de sus muertos, y más de sus muertos matados, ahora no, no creo que sea precisamente fiesta sino grito pidiendo justicia.
Y sí, son los niños, con su inocencia, los que verdaderamente disfrutan de la luz, del colorido, del ambiente creado en torno a la tumba, de las calaveritas de azúcar, del pan de muertos, de sus golosinas. Para los niños, la imagen del esqueleto con guadaña es algo lúdico, aunque simboliza lo pasajero, no le causa el miedo que podría causarle a cualquier otro niño europeo. Tal vez porque en México la muerte es mágica, trágica, sí, pero esotérica y se la implora como remedio para muchas cosas, por ejemplo, para atraer el dinero, para las conquistas amorosas, para la salud, etc.. Ella es la Santísima Muerte, la que puede hacer y deshacer al instante. Y los niños lo saben muy bien porque sus papás así se lo han enseñado y para ellos es una santa costumbre ya ir al cementerio.
Me di cuenta, que los niños en los cementerios mexicanos, crecen, es una forma de hacerse más o muy mexicanos, la muerte sin ellos, no estaría tan viva, tan presente, no sería tan cotidiana ni tan trascendente.
Con Papá velando a los difuntos
De lo que sí estoy segura, es de que esos niños a mi también me hicieron crecer ante la muerte, y tal vez por eso, de regreso a España, mirando sus fotos, su inocencia, su autenticidad, recopilando sus sonrisas, sus gestos, sus tradiciones, me hacen ver la vida de otra forma.
De lo que sí estoy segura, es de que esos niños a mi también me hicieron crecer ante la muerte, y tal vez por eso, de regreso a España, mirando sus fotos, su inocencia, su autenticidad, recopilando sus sonrisas, sus gestos, sus tradiciones, me hacen ver la vida de otra forma.