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lunes, noviembre 15

LAS TROJES DE ZACÁN

LAS TROJES DE ZACÁN
Michoacán (México)

Texto y fotos: Julie Sopetrán

Detalle de una troje. Foto: Julie Sopetran

Habíamos salido de Morelia temprano, con mis guías, Déborah López García y Pablo Chávez Villa, todo estaba previsto, organizado, para que  pudiese conocer a fondo la meseta p´rhépecha, gracias al apoyo y organización extraordinaria de la Secretaría de Turismo del Gobierno del Estado de Michoacán.  La mañana se había vestido de seda, la niebla cubría los arces y un aliento, casi vaho, se respiraba por el camino a Zacán. Estaba previsto que esa noche, mi hospedaje sería en una de esas trojes, modernizada ya por el turismo rural.

Troje de uralita y madera. Foto: Julie Sopetrán

Los mirasoles en flor suavizaban la humedad de los maizales, y podía imaginar algún lobo entre los bosques por Angaguan. Si algo me llama la atención en este recorrido por Uruapan, hasta llegar a Zacán y toda la zona de La Cañada de los Once pueblos, es precisamente su arquitectura, las interesantes formas de las casas de los pueblos extendidos a lo largo de toda la Sierra.
La flor del zacate, la flor de Santa María, y el color malva de los mirasoles deleitaban mi vista por los alrededores del Lago de Pátzcuaro, y el de  Zirahuen, conocido este último como “el espejo de los dioses”, mientras Deborah y Pablo, me explicaban los nombres de los árboles o la forma de vida de los habitantes p´urhépechas.
Troje de piedra y uralita. Foto: Julie Sopetrán

Los enormes árboles del aguacate y la voz de Alejandro Fernández al paso, con el volcán Paricutín de fondo y el más niño, el Sapicho, lugar registrado como una de las doce maravillas naturales del mundo, me hacían sentir una sensación de grandeza, ante un paisaje increíble, bello, grandioso. Sentía tener ante mis ojos una panorámica mágica, única, distinta a todo lo que habían visto anteriormente mis ojos.
La gran variedad de maderas es lo que da vida a las casas típicas de la zona: las trojes.  Las coníferas, las encinas, las caobas con sus maderas rosadas, son sin duda,  maderas tropicales duras, favorables para la carpintería y la duración de la vivienda de materia viva en la zona.
Troje de madera. Foto: Julie Sopetrán

La casa tradicional, la troje, está hecha con placas muy finas de madera de pino, llamadas tejamanil que ostenta sobre todo en sus tejados. Son casas con paredes de pesadas vigas instaladas sobre una cimentación de roca volcánica. Algunas son también de piedra y uralita.  Es tradición no usar, en su construcción, ningún metal, todo es madera, son tablas  unidas inteligentemente, sin utilizar clavos  ni tornillos, es la simpleza del arte p´urhépecha que ostenta una geometría muy bien definida e increíblemente ecológica. Pues hasta en los tejados, para unir las finísimas tablas del tejamanil, se usan las espinas del árbol tejocote.
                                                     Tejemanil. Foto: Julie Sopetrán

Estas casas que en España las llamaríamos cabañas de montaña, son sobrias y auténticas obras de arte en México. Aunque la palabra troje es realmente un granero, un lugar donde se guardan los granos. Cosa que también se hace y le da al hogar un verdadero encanto campesino.  
En esta zona de México, la troje es la casa donde habitan los p´urhépechas.  Estas casas suelen tener ventanas cerradas y una sola puerta con porche también de madera.  En un solo día estas trojes se pueden desarmar y ser armadas en otro lugar. Por lo que es una obra realmente artesanal, artística. Normalmente las vemos entre los árboles, se pierden, se agrupan, se vuelven a perder y siempre tienen una comunicación muy familiar que las conecta directamente en la comunidad.

Puerta de una troje que da al patio. Foto: Julie Sopetrán

Cada troje tiene su propósito, su misión que cumplir. Algunas de ellas, son pequeñas ermitas, donde se encuentra una imagen y la gente le lleva flores y en otras habitan familias numerosas o recién casados. Están situadas en espacios muy abiertos donde también se hacen artesanías… Espacios rodeados de árboles y maizales y siempre, las familias que viven en estas casas, están muy  en contacto con la naturaleza, son lugares llamados ecuaro y allí se celebran diferentes actividades, reuniones, tertulias… Es curioso observar que la cocina está situada en un lugar independiente del resto de la casa, como también los baños que suelen ser hechos artesanalmente con maderas de la misma calidad. El horno, los corrales y los huertecillos se sitúan independientes o alrededor de la troje. Visité posteriormente con la periodista Mary Andrade, una de esas cocinas típicas del p´urhépecha educador, escritor, filósofo y traductor, Dagoberto Huanosto Cerano que amablemente, con su esposa, nos sirvieron un té de nurite.

                                      Cocina típica del matrimonio p´urhépecha Huanosto Cerano Foto: Julie Sopetrán

Hay algo que es muy original y es que toda la familia participa de hacer una troje y la hace de tal manera, que se puede desmontar rápidamente y trasladar a otro lugar. Y lo más bello de esta arquitectura es que está ubicada en un entorno de la  Meseta P´urhépecha que encierra una belleza desbordante de plantas y de bosques. Esa naturaleza forma parte de la troje y la troje es parte de la misma naturaleza. La vegetación contrasta con este color azul casi morado de la madera, dándole al paisaje una personalidad diferente a lo que estamos habituados a ver en Europa o en los Estados Unidos.
Pero, una cosa es describir estas casas y otra muy distinta habitarlas. Y eso que la troje en la que yo iba a descansar aquella noche, no tiene que ver nada con las auténticas. Pues ésta es una troje de turismo rural, muy modernizada, comparada con las otras.
Baño típico de una de las trojes. Foto: Julie Sopetrán

En aquella bellísima soledad rodeada de árboles, fuimos a dejar mi maleta, y aunque estoy habituada a lo rústico, me impresionó la desbordada naturaleza, el silencio, lo desconocido de una inmensa foresta que iba a dar justo al volcán más joven del mundo: el Paricutín.
Pensar en una noche de insomnio ante los ruidos de la madera y lo que pudiera existir fuera de mi aposento me atemorizó un poco. Y más viniendo del Hotel Alameda de la moderna y elegante ciudad de Morelia. Una se acostumbra fácilmente a las comodidades y mi pánico no era por el silencio, era también por las  posibles necesidades para ir al baño en plena noche y sin saber a tientas, tener que salir a buscar los senderos que dan a este espacio imprescindible para cubrir las necesidades. Eso me hizo pensar, que vivir en una troje en pleno bosque, no es nada fácil, tienes que tener un coraje de dioses, pero dioses conocedores del  entorno para adaptarte a una forma de vida. Tal vez la humanidad, que vive hoy con excesivo confort, tengamos que volver a estos ajustes de vida en contacto con la naturaleza, reconozco que ahora ya no sé cómo hablarle a una vaca en pleno susto inventado de la noche.
Fachada de una troje típica. Foto: Julie Sopetrán

Aprendí en este viaje a Zacán, a valorar y admirar a mis hermanos p´urhépechas de los que tengo que aprender la lección más austera, más necesaria, la de la supervivencia. En mi contacto con este paisaje, aprendí que no lo es todo la belleza aparente sino el fondo de esa belleza que es el ser humano en su ambiente más puro, en su troje, rica y poderosa con sus vivencias ancestrales, que son sin duda, las pautas de un futuro más positivo y más humano.

1 comentario:

  1. Es cierto, hemos olvidado nuestro pasado y nos hemos convertido en atrofiados urbanitas que en plena naturaleza nos sentimos perdidos.
    Julie cada relato que leo de este viaje me hace sentir una gran envidia por no ver todo aquello que tan bien nos cuentas.
    Un beso

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